Supongo que no soy la única, de los millones de bloggers que pueblan las redes, a la que se le ha planteado la duda de si inaugurar el blog con una entrada solemne, declarativa de intenciones, o hacerlo como quien no quiere la cosa, pasando al meollo de la cuestión tras las tres primeras lineas escritas.
De repente, me veo más identificada con la segunda posibilidad. Las intenciones puestas por escrito rara vez tienen vigencia más allá del momento de euforia en las que se enuncian, pero la realidad constatada exige la inmediatez en su publicación.
Así que ya puestos os diré que en todos los días de mi vida jamás pensé que iba a acabar escribiendo un blogg llamado "Crónicas desde un pueblo" y no porque nunca haya sido la mejor en mi clase de redacción.
Para mí, los pueblos eran esa entidad vaga, por lejana, de donde venía algún tío político, esos que siendo de tu familia no lo son del todo porque no tienen tus costumbres ("es de pueblo" se decía) o alguna chica que entraba a trabajar a casa. A los pueblos se les conocía cuando se iba de excursión, a visitar a la familia o amigos que tenían allí una casita para veranear o estaban ingresados en balnearios para recuperarse de los bronquios.
En los pueblos había burros con alforjas en los que llevaban frutas o pescado; fuentes con caños de los que se podía beber un agua que indefectiblemente era más limpia y fresca que la de nuestros grifos de ciudad, y por si fuera poco en los pueblos siempre olía a tahona de leña todo el día. Con un poco de suerte había un riachuelo cercano con renacuajos y peces. Las casas blancas cuajadas de geráneos,se distribuían en calles sinuosas por las que corríamos sin temor a los coches.
Ir de visita a un pueblo era viajar al paraíso.
En este otoño que acaba de empezar he tenido que esperar unos 20 minutos para poder cruzar una calle. No había tráfico rodado,tampoco falta de pasos de cebra. Simplemente es que ha llovido durante 5 minutos seguidos y las calles del pueblo en el que ahora vivo se han inundado sin remisión. De todas las calles, trazadas a escuadra y cartabón, bajaban auténticos ríos de agua sucia que a su vez arrastraban lo que iban encontrando en su camino. Mis zapatos de otoño han celebrado su bautizo aunque no por el rito católico...sino por el ortodoxo: por inmersión.
¿Tan difícil es prever lo que ocurre cada año hasta donde les alcanza la memoria a los lugareños, y mandar limpiar las bocas de alcantarillado a finales del verano?
Supongo que mis visitas a los pueblos nunca coincidían con días de lluvia.